En 1967, Jocelyn Bell y Antony Hewish detectaron por primera vez un púlsar, una misteriosa radiación en radiofrecuencias que se repetía periódicamente en el cielo, con un intervalo de tiempo extremadamente regular, Esta periodicidad era tan exacta que incluso no se destacó la posibilidad de que tuviera un origen artificial, producida por una civilización extraterrestre, de ahí que se bautizara (medio en broma) con la siglas LGM-1 de Green Man (hombrecillos verdes). Pero en ese mismo año aparecieron numerosos púlsares en parte muy alejadas del firmamento, lo que eliminaba totalmente la hipótesis extraterrestre. En realidad los púlsares son estrellas de neutrones, un objeto tremendamente compacto formado casi exclusivamente por neutrones y que corresponde al estado final de una estrella tras haber explotado como supernova. Este tipo de objetos presentan un cono de emisión de radiación electromagnética y ademas rotan de manera muy precisa. Debido a esta rotación, y si la orientación del cono es la adecuada recibimos su emisión modo de pulso, como un barco recibe la luz de un faro, de ahí el nombre de púlsar, aunque es la rotación la causante del aparente pulso. El intervalo entre pulso puede variar de entre unas cuantas hasta miles de veces por segundo. En la imagen de arriba, el célebre Púlsar del Cangrejo, (PSR BO531+21) una estrella de neutrones relativamente joven situada en la Nebulosa del Cangrejo.
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